Mercedes Gleitze y el primer latido del ROLEX Oyster

En 1927, Mercedes Gleitze cruzó el Canal de la Mancha con un Rolex Oyster: así inició la revolución de la relojería moderna.

La historia del progreso ha girado —casi siempre— en torno al hombre y me refiero al género masculino. Las grandes innovaciones tecnológicas, las aventuras que se cuentan, los hitos que se celebran… todo parece responder a esa mirada. Los relojes, claro, no fueron la excepción. A principios del siglo XX, cuando llevar el tiempo en la muñeca comenzó a popularizarse, la relojería aún no estaba lista para el ajetreo cotidiano. Sin la protección del bolsillo, estos artefactos eran considerados frágiles, poco precisos, vulnerables. Por eso, se asociaron de inmediato a la moda femenina. Y entre los hombres, llevar uno era motivo de burla.

Oyster Perpetual 41
Oyster, 41 mm, acero Oystersteel

¿Irónico, no? Que lo que hoy es símbolo de precisión, poder técnico y aventura extrema, alguna vez fuera visto como un objeto débil-femenino. Pero el tiempo, como la historia, a veces da la vuelta. Porque fue una mujer —y no un aventurero en la cima del Everest o un piloto de Fórmula 1— quien primero puso a prueba el reloj más revolucionario de su época: el Rolex Oyster.

El Oyster Perpetual: el nacimiento de una revolución hermética

A principios del siglo XX, los relojes de pulsera eran frágiles. Nada precisos y nada confiables. Demasiado pequeños para tomárselos en serio y, por lo mismo, demasiado femeninos para los estándares masculinos de la época. Irónicamente, hoy esas mismas piezas mueven millones en subastas, pero en ese entonces, lo elegante seguía guardado en el bolsillo.

Hans Wilsdorf Fundador de ROLEX

Pero Hans Wilsdorf, quien fundó Rolex en 1905, vio un futuro distinto. Su visión no se limitó al género, sino al propósito: necesitaba un reloj que marcara la hora… y resistiera la vida moderna. En 1910, Rolex obtuvo el primer Certificado de Precisión Cronométrica para un reloj de pulsera, expedido por la Oficina Oficial de Certificación de Bienne. Cuatro años después, en 1914, un reloj Rolex recibió el prestigioso Certificado “Clase A” del Observatorio Kew, hasta entonces reservado solo para cronómetros marinos.

ROLEX Oyster 1926

Pero la historia no se detiene ahí. Wilsdorf no soñaba con relojes que solo fueran exactos. Soñaba con relojes que sobrevivieran. Que se pudieran mojar, que resistieran el polvo, la presión y el ritmo. Que fueran compañeros de aventuras, no piezas de museo. Así nació, en 1926, el primer reloj de pulsera verdaderamente hermético: el Rolex Oyster. Su nombre, como una almeja, ya lo decía todo.

La hermeticidad no era solo estética, la caja estaba sellada con fondo, bisel y corona enroscados como si fueran tornillos que abrazaban el mecanismo. Nada entraba. Nada salía. Y por primera vez, un reloj dejaba de ser frágil. Pero claro, no bastaba con decirlo. Había que probarlo. Y la prueba llegó, literal, en forma de brazadas. Con nombre y apellido: Mercedes Gleitze.

Una mujer, un océano y el primer Rolex

Era 1927. El mundo aún dudaba de lo que una mujer podía lograr si se atrevía a ir más allá de lo que le habían enseñado. Sin embargo, esta joven británica desafió el frío del Canal de la Mancha, el juicio de la prensa, el machismo de su época y la lógica del cuerpo humano. Nadó durante más de 15 horas, de Francia a Inglaterra, en aguas gélidas. Y sí: llevaba un Rolex Oyster en la muñeca.

Mercedes Gleitze

Hans Wilsdorf no buscaba adornar una muñeca, sino demostrar una verdad. Y encontró en Mercedes la fuerza capaz de llevar su invento al límite. Ella no solo fue la primera mujer británica en lograr esa hazaña; también fue la primera persona en portar públicamente el primer reloj de pulsera hermético.

Mercedes Gleitze

No hay que subestimar eso: en un tiempo en el que los relojes aún se pensaban para el bolsillo del hombre, fue una mujer quien llevó en su cuerpo el futuro de la relojería. Fue ella quien probó —sin margen de error— que el Oyster podía sobrevivir al mar, como ella.

Anuncio en el Daily Mail

Después de su hazaña, Wilsdorf lo entendió: el tiempo tenía un nuevo rostro y era femenino. Publicó un anuncio a página completa en el Daily Mail, celebrando el éxito del reloj y de Mercedes. Aquel gesto no solo marcó el inicio de una nueva era para Rolex, sino que también convirtió a Gleitze en la primera Testimonial de la marca: una embajadora sin nombramiento oficial, pero con una historia que brillaba más que cualquier campaña.

Del Canal de la Mancha al corazón del siglo XXI

En 1931, Rolex patentó el primer mecanismo automático del mundo con el rotor Perpetual: un sistema alimentado por el movimiento natural de la muñeca. El reloj ya no solo era hermético; ahora también era autónomo, preciso y profundamente moderno. Pero Rolex sabía que la verdadera prueba estaba allá afuera, donde el tiempo corre más rápido: en el hielo, en el agua, en la velocidad.

Mecanismo Perpetual

El Oyster se convirtió en el reloj de las hazañas. Acompañó a Sir Malcolm Campbell, “el rey de la velocidad”, mientras rompía récord tras récord al volante de su Bluebird. Con un Rolex Oyster en la muñeca, superó los 300 Km/h en 1935 en las playas de Daytona. La máquina del tiempo —literalmente— resistía vibraciones, fricción y el vértigo de la historia.

Y así, el Oyster cruzó los polos, ascendió el Everest y se sumergió en las profundidades del océano. Fue el reloj de quienes eligieron el camino difícil, de los que vivieron al límite y confiaron su tiempo a una máquina que podía soportarlo todo. Casi un siglo después, el Oyster Perpetual no ha perdido su espíritu. Sigue siendo el guardián del tiempo para quienes se ensucian las manos, se lanzan al agua o corren contra el viento. Porque si el tiempo no se detiene, el Oyster tampoco.

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