En la moda y la relojería, los íconos no son solo formas bellas. Son signos de identidad, banderas visuales que encierran historias de mujeres audaces, visiones familiares, misterios históricos y renacimientos constantes.
En esta nota reunimos cinco emblemas que han sobrevivido al tiempo, se han reinventado con cada generación y hoy siguen marcando el pulso del lujo. De la pantera salvaje de Cartier al monograma inconfundible de Louis Vuitton, pasando por serpientes, camelias y cruces medievales, esta es una pequeña enciclopedia simbólica.
El Bestiario de cartier
El bestiario de Cartier es un universo de símbolos salvajes que se ha renovado y ampliado con el tiempo. La historia comienza con la Panthère, el ícono más representativo de la maison. La hemos visto transformarse desde 1914, cuando apareció por primera vez en un reloj de pulsera, donde diamantes y ónix recreaban la textura de su pelaje. Desde entonces, esta figura se ha reinventado constantemente, no solo como una pieza joyera, sino como una fuente inagotable de inspiración.

Pero la pantera también caminó sobre dos piernas. Jeanne Toussaint, apodada “La Panthère”, fue una mujer con un estilo feroz y una mirada aguda, que en 1933 se convirtió en directora creativa de la maison. Fue ella quien dotó a la pantera de carácter, volumen y expresión felina, transformándola en emblema de la casa. Su visión audaz dejó una huella imborrable en el universo Cartier. Desde María Félix hasta Monica Bellucci, la pantera fue invitada a las veladas más exclusivas —como las de la duquesa de Windsor—, convirtiéndose en un símbolo de poder y elegancia.

A raíz de esta pisada fuerte, Cartier expandió su Bestiario. Inspirándose en las texturas de los animales salvajes, la Maison desarrolló colecciones en donde habitan el tigre, la cebra, la serpiente y el cocodrilo. Algunos de estos emblemas llegaron por mentes audaces e indomables como la de María Félix, “La Doña”, quien dio vida a la serpiente y más tarde a la icónica pieza de cocodrilo. Ambas nacieron de su espíritu provocador, convirtiéndose en leyenda. Hoy, estas criaturas coexisten en un mismo universo, fusionándose y transformándose para dar forma a nuevos íconos de la casa.

La serpiente de bvlgari
La serpiente es un símbolo cargado de historia, mitos y secretos que cruzan culturas y siglos. Desde el jardín del Edén, donde Adán y Eva la enfrentaron, hasta los faraones egipcios que la alzaban en sus joyas como un signo divino de poder. En Grecia, se volvió emblema de sabiduría y sanación con Asclepio y su vara enrollada por una serpiente, un símbolo que aún hoy veneran los médicos. En Roma, la serpiente acariciaba el amor eterno y la inteligencia

Cuando Sotirios Voulgaris, el joyero griego convertido en romano, fundó Bulgari en 1884, su mirada se ancló en esa herencia grecorromana, construyendo una marca joyera fuerte. Pero fue tras la Segunda Guerra Mundial, en una Europa que buscaba la sutileza y funcionalidad. La sociedad no estaba para el glamour y diamantes suntuosos, en 1948, Bulgari lanzó su primer Serpenti. Un reloj oculto, permitía a las mujeres llevar el tiempo sin exhibir abiertamente un reloj. Además el diseño técnica, heredera del siglo XIX, exigía una artesanía sublime.
La técnica Tubogas, inspirada en las tuberías metálicas europeas de la posguerra. Bandas metálicas flexibles que imitaban la espiral hipnótica del reptil sin una sola soldadura sobre un núcleo de acero, ocultando la estructura interna en un juego de curvas y destellos.

Todo cambió cuando Elizabeth Taylor, en pleno rodaje de Cleopatra en Roma, posó con un reloj Serpenti enroscado como si fuera un talismán. Desde ese instante, el reptil se convirtió en un ícono, símbolo de poder femenino. Desde entonces, el Serpenti ha mudado su piel una y otra vez. La cabeza se volvió joya, los ojos brillan con esmeraldas o rubíes, y las escamas se pintan con esmalte, ónix o turquesas. Hoy serpentea en collares, relojes, bolsos, gafas y esculturas de tiempo que parecen latir. Cambia de formas en cada colección —Viper, Seduttori, Tubogas—, pero nunca pierde su esencia.

La cruz de calatrava de patek philippe
Desde 1887, la Cruz de Calatrava no es solo un símbolo. Es el corazón visible de Patek Philippe. Jean Adrien Philippe la eligió por su fuerza gráfica y su profundidad histórica. Cuatro flores de lis emergiendo de una cruz griega: una forma pura, simétrica y eterna. Su origen se remonta a la Orden de Calatrava, fundada en Castilla en 1158, una hermandad de caballeros marcada por la valentía, la lealtad y la defensa de la independencia. Philippe, apasionado por la relojería como arte y legado, adoptó ese espíritu como propio. Desde entonces, la cruz no solo corona el logotipo de la maison, se graba en el alma misma de los movimientos más complejos y la corona de sus piezas, entre otras piezas.

En 1932, cuando nació el primer reloj Calatrava (Ref. 96), el símbolo se volvió palabra. Inspirado por los principios de la Bauhaus —“la forma sigue a la función”—, este modelo de líneas puras y proporciones ideales se convirtió en el epítome del reloj de vestir. Hoy, la colección Calatrava sigue llevando el estandarte con sobriedad impecable: desde su Ref. 96 vintage hasta las referencias más contemporáneas, la cruz sigue marcando el tiempo con nobleza y silencio.


las camelias de chanel
Karl Lagerfeld lo dijo una vez a Vogue: Chanel tiene «íconos fuertes como la chaqueta de tweed, el vestidito negro, los zapatos de dos tonos, la camelia… que trascienden el tiempo y se reinterpretan regularmente.” Y tenía razón. Cuando pensamos en Chanel, lo primero que viene a la mente son esas cuatro piezas. Pero ¿de dónde viene ese sello tan característico de la Maison? Esa flor que aparece desde los empaques hasta en camelias de seda bordadas en pasarelas, esa que parece sellar cada historia con elegancia: la camelia.

Gabrielle Chanel tuvo una infancia difícil. Cuando su madre murió, su padre —incapaz de cuidarla— la envió a un convento. Fue ahí donde desarrolló su destreza por el diseño y la confección. Y cuenta la leyenda que, a hurtadillas, encontró La Dame aux Camélias de Alexandre Dumas: una novela que relata la vida de Marguerite Gautier, una cortesana de alta sociedad que cada noche llegaba a la ópera vestida de blanco, con un ramo de camelias en los brazos.

Durante la era victoriana, el “lenguaje de las flores” se volvió una forma de decir lo que no podía nombrarse: sentimientos codificados, emociones ocultas. Las camelias, en particular, significaban amor y devoción. Coco quedó anonadada con esta historia —y más aún cuando descubrió que el personaje estaba inspirado en una amante real de Dumas. Fue un momento de espejo: se identificó con esa mujer que, para ser vista y escuchada, tuvo que desafiar las normas, escalar sobre el poder masculino, brillar a pesar de todo.
La camelia, entonces, no fue solo una flor. Un símbolo que ella adoptó como propio, como emblema silencioso de una feminidad que no pide permiso. Desde entonces, esa flor sin espinas ni perfume —tan pura, tan geométrica, tan elegante— se convirtió en el sello de Chanel. Reaparece temporada tras temporada: en tweeds, en botones, en pasadores y joyas. Y como ella misma, nunca marchita.

el monograma de louis vuitton
Antes de convertirse en un ícono del lujo global, el monograma de Louis Vuitton nació como un gesto de protección. Corría 1896 cuando Georges Vuitton, hijo del fundador, diseñó este patrón como un escudo visual contra la oleada de imitaciones que amenazaban la integridad de la maison. La marca era joven, pero ya codiciada. Louis había revolucionado el arte de viajar con sus baúles apilables y resistentes al agua, y sus diseños comenzaban a ser copiados sin tregua. Georges entendió que no bastaba con crear belleza: había que firmarla.

Inspirado en el arte japonés y la estética victoriana de la época, el patrón combinó cuatro símbolos: las iniciales LV entrelazadas, una flor de cuatro pétalos dentro de un diamante, una flor redonda y un círculo con una estrella floral. Un mosaico equilibrado, reconocible desde cualquier ángulo y virtualmente imposible de replicar sin dejar rastro. En 1987, lo registraron como motivo, convirtiéndose en uno de los primeros actos de branding moderno. A partir de entonces, la lona Monogram cubrió baúles, equipajes y artículos de viaje, llevando consigo un mensaje claro: este objeto pertenece al universo Vuitton.



Con el tiempo, ese gesto defensivo se volvió declaración artística. Bajo la dirección de Marc Jacobs, en los 2000, lo intervino junto a Stephen Sprouse y Takashi Murakami, llevándolo al terreno del graffiti, el neón y el pop. Más tarde, Nicolas Ghesquière y Pharrell Williams siguieron ese juego de relecturas: haciendo del monograma un lenguaje en expansión, donde la historia se blinda, pero nunca se estanca.



